mayo 15, 2009

EL ASNO TIENE SU DIGNIDAD


Ningún ser viviente en esta tierra es perfecto, pero a cada especie Dios la dotó de características y capacidades únicas, y a cada individuo de fortaleza suficiente para afrontar el diario vivir. Entre todos los organismos vivos sobresale el hombre, ha sido el mejor dotado en la tierra; capacidad de pensar, comunicación super-desarrollada, movimientos perfectos, ect. Pero, ¿tiene autoridad moral el ser humano para juzgar a los demás seres y comparar las debilidades propias con las de ellos?.
¡No!, y jamás ¡no!.
Hay una gran diferencia que separa al hombre de los demás seres vivos, es la capacidad de pensar, generar ideas y escoger nuestro propio camino. El resto de criaturas en la tierra no poseen tal desarrollo, basan su comportamiento en el instinto. Esto hace que cada individuo se comporte diferente, aun entre los de la misma especie, sus reacciones se deben a lo que han aprendido al interactuar cada día con la naturaleza y visto de sus padres.
He aquí llegamos al punto. El hombre ha estigmatizado muchos animales según lo que ve en ellos. Del que les quiero hablar, el asno, burro o jumento.
De él se dice que es flojo y que nunca quiere hacer su trabajo.
¿Será esto cierto?.
Entre todos los animales de la tierra, el más noble es el pobre burro, jamás se queja de la carga que lleva, aun si es muy pesada; jamás se opone al trabajo, aun si debe realizarlo todos los días y jamás de los jamases ha sido reconocida su labor.
Ahora, ¿qué animal en la tierra ha tenido el privilegio de llevar al rey de reyes y señor de señores, JESUCRISTO?.
Si Jesús escogió esta bestia para entrar como rey a JERUSALEM, ¿con qué autoridad te atreves tú a insultar si dignidad?. El mesías pudo entrar en un caballo adornado con plumas y aparejos de oro, pero no, lo hizo con humildad, sencillez, con vocación de servicio hacia los demás.
Si Dios permitió que su hijo JESÚS montara un borriquillo es porque este animal es digno de su grandeza.
Nosotros llegamos donde a Jesús por peso de nuestras culpas. Hacemos o dejamos de hacer por voluntad propia, asumiendo el fracaso o ahogándonos en él, con humildad ante la victoria u orgullo para nuestra perdición.
Jesús escogió un animal humilde para humillar a los que se engalanan de grandes y nobles, animal que hemos estigmatizado con injusta razón.